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Quisiera partir este texto con una suerte de “disculpa” dirigida a usted que lee amablemente estas líneas, no por lo que está escrito, ya que mi en mi modesta visión es bastante decente, sino más bien por no encontrar otro modo de hablarles sobre este tema más que haciendo una analogía de mi propia vida y mostrarme frente a usted, querido lector, como el humano más humano entre los humanos, por lo que al mismo tiempo, le agradezco que se tome el tiempo de estar acá, leyendo sobre como confío en que nuestro día a día tiene una profundidad que nos puede llevar a un estado de salud mental profundo.

Me levanto temprano en la mañana y estiro mis músculos lo más amplio que puedo, como queriendo alcanzar ambas paredes de mi pieza al mismo tiempo, acto seguido me dejo caer repentinamente en la cama desordenada de la mañana, relajando mis brazos que había extendido con tanto ahínco momentos antes, tengo ganas de quedarme acostado con mis perros y la verdad es que sólo son las ganas, ya que sé que mi sensación de deber me pide que me levante pronto, entro al baño y ya estoy acostumbrado a tener ganas a la misma hora, agarro el celular y comienza mi sagrado día. La ducha está lista y siempre pienso si me queda suficiente gas para tomarme algún tiempo dentro de esta, pienso si es que tengo ganas de escuchar música o prefiero hacerlo en silencio, con mis pensamientos. Al salir del baño miro a mis perros, quieren salir a jugar, abro la puerta y corren hacia la calle, elijo su juguete y me siento un poco más vivo, ahora sí que empezó el día, el más joven corre detrás de hueso de plástico como si no hubiese un mañana, me hace reír, la más vieja huele todo y se va un poco mas lejos, ella sabe que tiene permiso para explorar un poco más. Después de unos minutos entramos a la casa y el desayuno se siente bien, veo “The Office” mientras la tostada con huevo revuelto llega a mi estomago riendo con la serie. Al rato veo todo lo que hay que hacer en el día, lavar la loza, hacer las camas, lavar ropa, barrer o aspirar (depende de cuanta suciedad haya), cocinar, descolgar la ropa, darles comida a los perros, cambiarles el agua, botar la basura, sacudir algunas partes y ordenar la casa para que cuando lleguemos, tengamos espacio para vivir con mi familia. En la noche llega mi pareja, llega a barrer cualquier cosa inventada por ella, se siente más tranquila ordenando algo, aunque sepa que no es necesario, lo veo como su pequeño ritual particular. Mi hija, por su parte, a su llegada del colegio, se queja de algún dolor nuevo cada día, con el fin de que estemos más cerca de ella y sentirse regaloneada, y yo por mientras cocino, para que al siguiente día siguiente se lleven un almuerzo relativamente equilibrado, con esto se acabó la jornada y dentro de todo, se siente bien.

«Tengo ganas de quedarme acostado con mis perros y la verdad es que sólo son las ganas, ya que sé que mi sensación de deber me pide que me levante pronto, entro al baño y ya estoy acostumbrado a tener ganas a la misma hora, agarro el celular y comienza mi sagrado día»

Es una vida normal y bastante tranquila la verdad, sin embargo para mí, era una vida (No me siento orgulloso de decirlo) tortuosa, yo quería dedicarme a grandes cosas, conocer alguna nueva actividad, estudiar a un psicólogo antiguo del cual aprender, mirar cual sería mi próxima técnica para las intervenciones terapéuticas que me haría “salvar” una vida, mi ego me pedía que creara una vida más grandilocuente, un esfuerzo que me llevara mi potencial al límite y me hiciera creer que puedo hacer la diferencia en mi trabajo, porque “vaya, que importante es ser psicólogo en este tiempo” (Léase con una cuota importante de sarcasmo).

Creo que todo esto era tan terrible porque siempre asocié a limpiar la casa a retos y gritos de la infancia, es como que el mensaje que estaba programado en mi cabeza era que “Limpiar, ordenar y cuidar la casa es una obligación/castigo y se debe hacer sufriendo o por lo menos…quejándose”

El mensaje que estaba programado en mi cabeza era que “Limpiar, ordenar y cuidar la casa es una obligación/castigo y se debe hacer sufriendo o por lo menos…quejándose”

No tengo muy claro cuando comenzó a pasar, pero comencé a sentir algo distinto hace algún tiempo. Algo de lo cual les predicaba a mis consultantes, pero no era capaz de hacer carne. Comencé a sentir algo así como un cariño e incluso un amor, no por mi casa ni por mis cosas, sino por el significado de los espacios en los cuales vivo, en el patio tengo un pequeño taller de carpintería que armé con unos amigos y es el lugar donde puedo bajar mis ideas y creo algo concreto ¡Qué importante es mi patio!; en la pieza comparto mi descanso, mis sueños y el amor con mi pareja, ¡Qué importante es mi Pieza!; En mi living está el sillón mas caro que he comprado en mi vida y mis perros se lo tomaron como cama y a pesar de que me da rabia cuando los veo ahí echados, no puedo dejar de notar en lo cómodo que están acostados y en lo feliz que me hace verlos calientitos y cómodos ¡Qué importante es mi living!; En la cocina es donde más busco aprobación, es donde dejo que mi niño interno tome las riendas y busque con todo su esfuerzo satisfacer a mi pareja y a mi hija con mis “exquisitas” preparaciones que un maestro de YouTube me sopla en los audífonos ¡Qué importante es mi cocina!; en el comedor miro de reojo a mi familia buscando su exclamación de satisfacción al probar la primera cucharadas de mis platillos, también aquí estudio con mi hija y rabiamos por su, aún insuficiente, esfuerzo por aprenderse las fechas de los sucesos de la revolución francesa que le enseñan en historia ¡Qué importante es mi comedor!

No tengo muy claro cuando comenzó a pasar, pero comencé a sentir algo distinto hace algún tiempo. Algo de lo cual les predicaba a mis consultantes, pero no era capaz de hacer carne. Comencé a sentir algo así como un cariño e incluso un amor, no por mi casa ni por mis cosas, sino por el significado de los espacios en los cuales vivo.

Cuando logré ver que no era importante mi casa, sino lo que vivo en ella, sentí que al limpiarla y cuidarla ya no estaba siguiendo mis antiguos retos por hacer lo que los adultos en mi familia detestaban hacer, me di cuenta que al limpiarla y ordenarla estaba creando un terreno fértil para que mi familia siga teniendo un espacio que propicie su crecimiento, un espacio que le permita crear nuevos recuerdos, un espacio que esté acorde al amor que nos tenemos.

Sé que no todo el mundo tiene familia, ni todo el mundo tiene la casa que le gustaría, pero sí casi todo el mundo tiene un espacio al que llama hogar y es en ese lugar donde se sostiene la mayor parte de nuestra experiencia interna, es en donde lloramos y reímos, donde descansamos y trabajamos, donde celebramos y recibimos a quienes queremos y por sobre todo, es el lugar donde existimos, por eso se dice, tal como me dijo el director de este medio digital y amigo, “si la casa está ordenada, la cabeza también comienza a estarlo”. Me gusta la sensación de que la casa esté ordenada y limpia (dura poco eso sí, sobre todo si hay perros y niños) porque pareciera que en ese espacio puedo asentarme para construir algo, es en mi hogar “ordenado” donde puedo empezar a soñar hacia donde quiero crecer y se convierte en un hermoso punto de partida. Es por esto que ahora ya no lucho con el aseo, lo veo como una acción amorosa, y a pesar de que no sea lo mas vistoso del mundo, como mi ego me lo pedía, puedo escuchar una conferencia de Claudio Naranjo completa mientras cocino, admirar la música del Flaco Spinetta mientras barro y reírme con Edo Caroe mientras cuelgo la ropa. Y si no fuera poco la gracia que la vida me regala, puedo esperar a mi mujer mientras llega de su trabajo y tomarnos un vino para sentir que la vida toma mas sentido cuando estoy amando a quienes me rodean.

PD: Odio hacer la cama, sin embargo, amo dormir en una bien tendida. Son como mis problemas, detesto enfrentarlos, pero solamente al hacerlo…puedo dormir en paz.

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