“Qué bonita va, a vender quesitos frescos a la ciudad, con su pollerita al viento que linda va…”
Si no conociera nada del repertorio folclórico de Chile estos versos me podrían transportar a Los Alpes suizos. Con sólo cerrar los ojos podría imaginar a Heidi saltando alegre y graciosa por el sendero, con una canasta de quesos, fruto del trabajo del laborioso Pedro y de la generosidad de Bola de Nieve, para ser vendidos en la aldea.
Pero es imposible no reconocer esta tonada de Francisco Flores del Campo de 1964, compuesta para Los Huasos Quincheros e interpretada también por Los Cuatro Cuartos. Así que del paisaje bucólico de Los Alpes nos estrellamos de golpe con el también bucólico paisaje del Valle Central de Chile.
El neo folclor, género al que pertenece esta composición, era la voz oficial del folclore chileno que reproducía la radiofonía y la industria discográfica de los años 60. Se trataba de un género que le había dado una categoría académica a la música folclórica popular. Si usted quiere, la hacía más culta y refinada, con sus arreglos orquestales y sus juegos de voces. En contraposición a la cueca popular y campesina, rescatada por Violeta Parra y Margot Loyola, y a la Nueva Canción Chilena, más política y social, urbana, que iniciaban Ángel e Isabel Parra, Patricio Manns, Osvaldo Rodríguez y Víctor Jara.
Así se va llenado el cancionero con cuecas y tonadas como La Consentida, El Corralero, El Guatón Loyola y tantas otras que conforman el cuerpo identitario oficial de la cultura chilena nacional, reproduciendo el paisaje pintoresco y costumbrista del huaso de la zona central, en torno al cual se construye todo el resto del paisaje conformado por el campesinado y el peonaje, siempre fiel y servicial al patrón.
«Qué bonita va» es una de esas canciones que nos hacen mirar con nostalgia y melancolía la escena típica. Una “huasita” que va a vender sus productos a la ciudad y que la espera al final de la jornada su hombre, lleno de amor, en la puerta del rancho. Quién no quisiera esa vida de ensueño y pastoril, entre flores y el canto de los pajaritos, junto al arrollo y bajo la sombra de un sauce.
Pero cambiemos de lente, y miremos a esta “bonita con la pollerita al viento” con los lentes de la realidad. ¿Qué veremos? Se nos asoma la mujer campesina, “la china”, la mujer de un inquilino. Una mujer que, mientras su hombre trabaja servil para el patrón, ella se encarga de una mísera chacra que apenas le alcanza para alimentar a su numerosa prole. Una mujer que además tiene que salir del rancho a vender los quesos frescos, para hacer algunas monedas y completar la alimentación de los hijos que la tierra no le da.
“Y yo no vivo tranquilo hasta que al volver, la veo en la puerta del rancho al atardecer…”
Flor de hombre. Ideal de compañero. Puro amor. Pero ¿qué pasaba en realidad con este hombre? En su trabajo, picota en mano, arando el campo o arreglando las pircas, era un dócil y fiel trabajador, montando cabalga como un lacayo junto a su gran señor. Pero en su rancho, entre sus hijos y su mujer ahoga sus frustraciones y su amargura con odio y violencia hacia su familia. En su rancho es él el gran señor, el que recoge las ganancias de los “quesitos frescos” y las transforma en juego y borrachera.
“Mi amor, cuando está contigo sabe reír, sin ti, este pobre amor se me va a morir”.
¿Solicitud de amor eterno o dependencia conyugal? Sin ti —dice él— no soy nada. Pues claro, si la verdad es que poco es y nada tiene. Lo que cree que le pertenece, su rancho, su chacra, sus dos o tres animales, en realidad son del patrón. Y su mujer, “con la pollerita al viento”, también. Entonces, cuando el patrón baja de su olimpo a los terrenales dominios del inquilino, es que viene a cobrar lo suyo, para sí y para sus jóvenes mozuelos descendientes y herederos, viene a ejercer su derecho a “chacotearse” con las mujeres y las niñas del rancho. Y así el hombre que no se queda “tranquilo hasta que al volver…”, ahora queda callado y sumiso. ¿Pensará para sí en estos otros versos? “Mi amor, te acompaña siempre por donde va…”. ¿O será que el amor ya se ha trocado en odio?
Tal vez sea que él ya no la espera “en la puerta del rancho al atardecer”, porque se ha ido, no ella, él. Ha preferido de la libertad del vagabundeo, se ha echado a andar el monte. Y atrás han quedado críos y mujer. Y tal vez no ha dejado más que deudas como herencia, que se pagarán como siempre, con la entrepierna de la mujer y el trabajo de los niños…
“Qué bonita va…”