Tiempo atrás durante los años que vivimos en el Valle del Elqui, en Cochiguaz tuvimos la privilegiada experiencia de “no tener luz” durante un año entero, en ese entonces aún no llegaba el sistema eléctrico a esa localidad. Tampoco teníamos calefon, ni auto, ni calefacción de ningún tipo en clima de montaña donde la nieve te visita en invierno y el extremo calor en verano; a los pies de la montaña Cancana y muy cerca del río sentíamos que habitábamos el paraíso; sin embargo a ojos de otros, vivíamos en la miseria.
Durante los años que vivimos en el Valle del Elqui, en Cochiguaz tuvimos la privilegiada experiencia de “no tener luz” durante un año entero, en ese entonces aún no llegaba el sistema eléctrico a esa localidad. Tampoco teníamos calefon, ni auto, ni calefacción de ningún tipo en clima de montaña donde la nieve te visita en invierno y el extremo calor en verano
De vez en cuando subían desde las ciudades visitantes a saludarnos y la mayoría de ellos inmersos en un enorme desconcierto se quedaban mirando la aridez del entorno, tres piezas de adobe sin estucar y un techo a medio terminar, la completa ausencia de todas las comodidades, sofisticaciones y entretenciones a las que estaban acostumbrados; entonces, no se explicaban qué hacíamos ahí. No podían realmente vislumbrar nada de lo que vivenciábamos.
Me demoré en darme cuenta de que muchas personas no percibían el mundo que yo veía, no veían la belleza en donde me parecía que resplandecía incuestionablemente.
Estábamos los cuatro ahí, nos teníamos los unos a los otros y a nuestros compañeros perros y gatos que caminaban su existencia junto a la nuestra.
Lavábamos la ropa a mano cada semana, hacíamos tortillas de pan todos los días en la mañana temprano y en la tarde ya que no había ningún lugar cercano donde comprar, reciclábamos las velas junto a los niños por las tardes y elaborábamos nuevas para la siguiente noche, al caer el día inventábamos adivinanzas y nos reíamos mucho, o bien cantábamos hasta irnos a dormir. En medio del misterio de la oscuridad escuchábamos las sinfonías del río con el viento sin poder explicarnos qué tipo de seres tocaba los violines que se escuchaban junto a ellos. Y a través de ese silencio en ausencia del zumbido incansable de la electricidad, realmente nos introducíamos en otro espacio-tiempo, todo se hacía más lento, más íntimo, con mayor consciencia y disfrute. Aprendíamos a convivir, aceptar y a querer a tantos seres que en la ciudad se temen, empezando por el silencio, la soledad y la noche.
Recuerdo que me mantenía muy consciente de mis procesos, habitando espacios internos- externos de los que solo ese entorno me permitía darme cuenta. Fue maravilloso entrar en ese mundo, hermoso descubrir nuestras fortalezas en lo profundo de esta vivencia y no menos hermoso aunque duro, encontrarnos cara a cara en medio de esa desnudez, con nuestras propias sombras.
Cada ciertos días bajábamos caminando la montaña para comprar provisiones al pueblo más cercano, llevábamos a los niños en brazos o a ”tota” como dicen por allá, tres horas de bajada caminando, algo más de subida, eventualmente cuando pasaba alguien en vehículo nos llevaba; Esas caminatas también tenían su ritmo y transcurso propio, la vista que se apreciaba, la inmensidad, el silencio.
Cada ciertos días bajábamos caminando la montaña para comprar provisiones al pueblo más cercano, llevábamos a los niños en brazos o a ”tota” como dicen por allá, tres horas de bajada caminando, algo más de subida
Cada vez que nos quedábamos sin gas por varios días hacíamos porotos que nos regalaba algún vecino de su cosecha en una fogata en el patio. Recuerdo tantas anécdotas, tantos momentos sentados mirando pasar la tarde, tantos “ocios” tan mal vistos por algunos;
¡Tanto que compartíamos como familia, tanto que conversábamos, tanto que caminábamos juntos!, nada nos distraía o nos alejaba de nosotros mismos ni de la madre naturaleza.
Fue una experiencia tan profunda, tan digna, a la vez tan sencilla, cotidiana y esencial que nos acercó a la Tierra y nos situó en una nueva perspectiva.
Una experiencia a la que solo los habitantes de localidades rurales o aisladas tiene acceso y a las que muy pocas personas de la ciudad tras el velo de la urbanidad, la sofisticación y la comodidad, valoran.
Si me pregunto qué fue lo que verdaderamente fuimos a buscar allá, creo que podría decir: La experiencia de habitar la vida en “tiempo real”.