Mi casa siempre estaba oscura, apenas se filtraba la luz en algunos momentos del día. La temperatura húmeda de selva era perfecta para mí. Con respecto a si era un lugar tranquilo, yo diría que sí, se escuchaban algunos ruidos, pero normales. Mi preferido era el canto de los pajaritos y las canciones de arañas y elefantes. A veces me sobresaltaba porque escuchaba unos ladridos muy cerca. Tiempo después me enteré de que así responden los perritos también cuando se sienten contentos.
Durante un tiempo parecía que había sismos en la zona donde vivía o algo parecido, porque dos o tres veces al día, aunque a veces más, me sacudían fuerte. Era como si la madre tierra rugiera afuera, no sé.
Casi siempre, después de esos temblores, sentía un calorcito que apaciguaba aquellos temores. Parece que a eso le llamaban caricias, o escuchaba un sonido chirriante «muak», eso es un beso.
Con el correr de los días, fui sintiendo que mi hogar cada vez era más chiquito, pero no menos confortable. Así pasa en todos los nidos, nunca pierden el calor aunque emerja la urgencia de volar.
La mayoría del tiempo me dedicaba a descansar como los osos cuando hibernan, pero cuando despertaba, saludaba a mi vecino, el que vivía arriba.
La verdad no sé qué tanto acomodaría o si coleccionaría algo. Siempre golpeaba contra mi pared. Aquello me tenía realmente intrigado. Por momentos sentía que me aplastaba. Yo estiraba mi mano y le daba unos golpecitos para ver si se daba cuenta, pero no, no se daba por aludido, o quizá sí lo notaba pero seguía haciendo sus cosas porque otra vez sentía que se me venía encima.
Yo podría haberle dicho «che hermano, ¿podés tener más cuidado?», pero no quería pelear y resolví irme a vivir más abajo, que aún había lugar.
Pero cuando me moví, me fui de cabeza y ahora sí que estaba peor que antes.
Él se giraba cada vez más fuerte, sospecho que no coleccionaba nada, solo era extremadamente inquieto y esa pared no era una pared muy sólida, apenas era una lámina gelatinosa como goma de piñata. De la privacidad, ni hablemos, me observaba todo el tiempo.
Una mañana calurosa de enero nos encontramos mirándonos a los ojos. Se veía borroso debajo del agua, él se chupaba la mano, creo que estaba asustado. Yo le dije que era momento de considerar mudarnos, él asintió. Se veía tan raro ese día, me hubiera gustado abrazarlo, yo era más grande que él y más valiente, porque salí primero, pero eso se los cuento más adelante. Pero no pude, primero por esa pared que no era pared y después porque súbitamente se dio la vuelta y me mostró el culo. Se escuchó un alarido a lo lejos, como si ese movimiento hubiera ocasionado dolor. Le dije que era un tonto y yo también me di vuelta enojado.
Una mañana calurosa de enero nos encontramos mirándonos a los ojos. Se veía borroso debajo del agua, él se chupaba la mano, creo que estaba asustado. Yo le dije que era momento de considerar mudarnos, él asintió.
Otra vez se escuchó algo extraño afuera, esta vez parecido a un sollozo. Rarísimo.
Más tarde, un olor dulce me llegó directo a la nariz y me chupé el dedo por instinto. Qué rico, pensé, resultaba ciertamente embriagador. Me acomodé para dormir un ratito más, me adormiló ese olorcito, me sentía en las nubes más que nunca.
Súbitamente empecé a sentir una vibración que se acercaba cada vez más, sujeta a un ruido intermitente. El techo se derrumbaba.
No tardó mucho en encontrarme, ese sonido acompañado de un par de manos blancas venían a buscarme. Me puse a llorar porque yo estaba muy cómodo dentro de mi mamá . Afuera me dio frío, me toqueteaban y restregaban para sacarme la sal de la piel. Una señora dijo que tenía un lindo tamaño y me dio los buenos días por primera vez.
Afuera me dio frío, me toqueteaban y restregaban para sacarme la sal de la piel. Una señora dijo que tenía un lindo tamaño y me dio los buenos días por primera vez.
Abrí los ojos y vi que me sacaban fotos, me dijeron hermoso y en ese momento dejé de flotar y salí completamente del vientre que me acunó durante nueve meses.
Ahí arriba estaban mis mamás vestidas de blanco también, mi mami se descubrió el pecho para darme calor, y yo apoyé mi cachete rendido después de semejante ajetreo.
¡Al fin podía estirar mis piernas y mis brazos!
Mi otra mamá masculló palabras de amor, y reconocí su voz, la misma que me cantaba sobre arañas y elefantes. Sentí sus caricias calentitas ahora en el exterior, esas que se deslizaban sobre la panza de mami después de que vomitaba tanto que parece que se desarmaba. Su mano era la más suave del mundo.
Me dispuse a dormir un poquito más, pero antes de hacerlo, con la oreja pegada a la piel de mi mami, escuché al vecino de arriba contándome un secreto. Abrí los ojos y apoyé la mano, sentí que debía entregar este mensaje:
«Mami, ahí viene mi hermano».