O podríamos decir el nuevo Rey de la Araucanía, aunque más precisamente el Rey de Penco, a propósito del pasado de su familia locera.
Un huinka de raíces locales. Pero no es de los que vuelven, pues nunca partió de acá, sólo llegó. Como quien aparece a recobrar una herencia.
Así, este bueno de Ben se va ganando el cariño de la gente. Un extranjero que se hace de acá. No hay extrañamiento en su mínimo castellano. No le es propio, cierto, pero tampoco estrictamente necesario. Su apego se va dando naturalmente, por filiación y afiliación.
La performance de Ben tiene de dulce y agraz, como dicen. Profeta en tierra extraña para él, pero con la anuencia y bienvenida de quienes están siempre ávidos de profetas, aún foráneos.
Un caso raro que pone en entredicho nuestra historia. Veamos.
Al gringo que llegó de múltiples latitudes y longitudes se le recibe con brazos abiertos, históricamente hablando. Como se «recibe al amigo cuando es forastero». Trae la novedad, lo que nos falta, lo que buscamos y no podemos encontrar en nosotros mismos.
Al gringo que llegó de múltiples latitudes y longitudes se le recibe con brazos abiertos, históricamente hablando.
Con esa impunidad diplomática otorgada por el mismo pueblo han llegado tantos y tantos, por siglos, que se ganaron el afecto, el aprecio, el respeto. Hasta que nos dieron por la espalda con su dominio y despojo, y a cambio del regalo nos devolvieron el látigo, el cepo; cobraron por nuestras orejas y cabelleras y, finalmente, sin importarles nuestro aprecio y cariño, se aliaron con los verdugos de acá, que nunca fueron nuestros parientes ni cercanos.
De esos ya sabemos bastante. Está en la historia oficial y en la otra, la que no se quiere recordar y la olvidada. Pero Ben no es de esos huinkas ni de esos gringos. Ben es un regalo, gratuito como regalo, sin intereses.
Ben es un regalo, gratuito como regalo, sin intereses.
En cambio, a diferencia de esos otros que el balance histórico y la memoria los pone en el sitial de la infamia, Ben se pone del lado de acá, del hincha, del populacho que reclama y denuncia la injusta muerte de Ben. Se pone del lado de los que lo ven como un igual, con sus frases champurrias y su aspecto de vikingo, pero de acá.
Pero, ¿quién mata a Ben? Y ahí se nos viene la imagen de ese otro afuerino, el que siembra esperanza pero cobra con interés. El arrebatado, mercantil y mercachifle, el que no acepta ni le importa el inocente cariño dispensado, ni tampoco le importa el oprobio que él mismo se buscó.
Y como no quiero desgastarme en ese otro huinka que sabe agenciarse por su propia cuenta, me quedo con el simpático que se llevó y ganó el cariño. Ese Rey de Penco que en su locura se le ocurrió acuñar moneda y cuerpo de una patria distante. Un Rey plebeyo al que el más plebeyo se rinde con alegría a sus pies, que de tanto trastabillar podrá dar en el blanco, digo, en el arco.
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