Durante una época muy larga de mi vida he sentido que este mundo no tiene un objetivo claro. Pareciera que lo único que nos moviliza con ahínco es la sensación de conquista y el éxito material. Y si bien considero que no está mal buscar vivir tranquilo en este mundo de caóticas exigencias, vivir poniendo como prioridad el juego del dinero me parece desquiciado. No me malentiendan, no pretendo que vivamos sólo de lo que cultivamos y que nos olvidemos de los logros tecnológicos que nos hacen la vida un poco más grata. No busco eso. Mi maestro siempre me dice: “La creatividad humana siempre se va a imponer”. Sin embargo, me parece que si centramos nuestros objetivos, energía y vigor en el mercado, estamos ad portas (si es que ya no estamos en ella) de una crisis en donde la humanidad se divide a sí misma para vivir en una sola polaridad, robándonos la oportunidad de realizarnos las preguntas básicas de nuestra existencia: “¿Qué quiero sentir en mi vida?” “¿Cómo me gustaría vivir mi vida?” “¿Qué tan lejos estoy de ser lo que sueño?” “¿Cómo quiero que sea el final de mi vida?” “¿Puedo seguir existiendo después de mi muerte física?” … ¿Cuánto es que puedo llegar a crecer?
Este es el espíritu que quiero entregarle a este texto: mirar la búsqueda humana como algo digno de ser vivido, y que de algún modo entremos en la conciencia de que es el crecimiento lo que le da sentido a la vida.
Quizás nuestra primera aproximación a este concepto, crecer, nos lo enseñe la biología. Es en ella donde observamos que el universo vive en una constante transformación y que muchas de estas, especialmente las biológicas, las llamamos “crecimiento”. Es menester pedirles que abandonemos la idea de que crecer es un sinónimo de agrandarse o de aumentar de tamaño. Crecer tiene un vínculo con algo más profundo, con algo que es más cercano a evolucionar, a integrar, a volvernos completos, con mayor variedad de recursos para enfrentar la existencia y, por sobre todo, ser capaces de percibir más ampliamente nuestra realidad y no quedarnos empobrecidos con nuestras compulsivas formas de ver el mundo que nos hacen creer que disponemos de una limitada gama de recursos para vivir, cuando la realidad es que no tenemos límites para aquello. No nos olvidemos de que vinimos a este mundo para construirnos a nosotros mismos, y en eso disponemos de una libertad total.
Crecer tiene un vínculo con algo más profundo, con algo que es más cercano a evolucionar, a integrar, a volvernos completos, con mayor variedad de recursos para enfrentar la existencia
Encuentro asombroso cuánto hemos dejado de crecer por creer que muchas de nuestras búsquedas ya están resueltas. La más ejemplar es la de Dios. Nos han hecho creer dos posibilidades y ambas son nefastas. En primer lugar, la del agnóstico y el ateo, que por “falta de pruebas” opta por alejarse de cualquier búsqueda espiritual y vive limitando su existencia a prescindibles dudas de este mundo, que terminan, por lo general, sin resolverse porque la lógica, nos guste o no, no da la capacidad de entender la profunda esencia del ser. Por otro lado, tenemos a los acérrimos creyentes que confían en que, porque ya existe un modo establecido de vivir la espiritualidad a través de una religión, tienen resuelta tanto su vida, con leyes y mandatos que deciden por ellos; como su muerte, con la promesa del regalo de un cielo al cual puedes acceder sólo si obedeces y de un infierno para aquellos que han decidido “descarrilarse” de la voluntad de la deidad de turno.
Es por eso que crecer no significa agrandarse. Crecer significa abandonar la creencia de que soy inmóvil, un objeto, algo duro y poco espontáneo. Necesitamos dar cabida a la infinidad de posibilidades que nos presenta la vida en su conjunto. Nos limitamos con palabras como “no me gusta” o “no me interesa” incluso en etapas de nuestra vida donde necesitamos transformarnos y dejar atrás nuestros antiguos modos. Somos cerrados en el digno acto de la búsqueda, y nos guste o no, es muy probable que la verdadera felicidad se encuentre en los caminos a los cuales no les hemos dado la oportunidad de abrirse y expandirse frente a nosotros.
Crecer significa abandonar la creencia de que soy inmóvil, un objeto, algo duro y poco espontáneo. Necesitamos dar cabida a la infinidad de posibilidades que nos presenta la vida en su conjunto.
El crecimiento personal viene siempre dado por una experiencia que no suele ser agradable, que por lo general se vivencia al inicio como una amarga tragedia que me hará abandonarme (Magna bendición), pero que con el tiempo se transforma en la prueba que me ha puesto mi propia existencia para ver cómo hago para seguir el único mandato que no está relacionado con ninguna tradición, pero que se encuentra inscrito en nuestra condición humana, y es que: “La vida siempre busca cómo desarrollarse”. Y el que no quiera seguir este principio fundamentalmente humano se patologizará y acabará su existencia sin haberse permitido crearse a sí mismo con el fin de conocernos en totalidad, en nuestra multidimensionalidad.
Finalmente, los invito a que escuchen una canción que no les llame tanto la atención, a que prueben un alimento que no sea de su agrado, a que conversen con la persona que no les cae tan bien; que, si son muy religiosos, aprendan a darse las gracias a ustedes mismos; que, si son muy ateos, busquen hablarle a Dios, incluso sintiéndose ridículos, no porque quiera convertirlos en lo que no son, sino porque pueden volverse mejores seres humanos, entender al que creían un necio, cuidar al que querían destruir, respetar al que querían ofender, bendecir a quien le deseábamos mal y, si tenemos suerte… amar al que decíamos odiar.
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