Debo reconocer que me costó decidirme a escribir esta columna, principalmente porque no quisiera que por mis palabras, pagaran justos por pecadores, ya que lejos de hablar de casos puntuales, me gustaría hablar de la generalizada captura del estado, por parte de autoridades y funcionarios, que ven en el ejercicio de la función pública, un reducto para sacar réditos personales
«Autoridades y funcionarios, que ven en el ejercicio de la función pública, un reducto para sacar réditos personales»
Por más de 15 años me he ligado desde diferentes áreas al mundo público, en ocasiones siendo proveedor privado de servicios y en otras desempeñando funciones de manera directa para la administración pública, por lo que me ha tocado ver una cantidad no menor de horrores, que siento, son los que han ido minando en gran parte la confianza de la ciudadanía hacia la política.
Hace unos cuantos años, me tocó prestar servicios en una repartición pública X, a la cual me presenté con mi mochilita cargada de sueños, listo y dispuesto a trabajar por el bien de nuestra amada comunidad.
Pues bien, no alcancé a posar mi menudo trasero en mi poco confortable silla, cuando se me acerca la mano derecha de Maléfica (la llamaremos así para darle la maldad que se merece), para decirme al oido que a la señora que estaba esperando para conversar conmigo “no se le atiende, porque es del otro lado” a lo cual yo perplejo, simplemente no respondí.
No había pasado la mitad de la mañana, cuando se me acerca otro de los secuaces de Maléfica y me pide que me cambié de comuna para votar, ya que se vienen elecciones y sería bueno contar con mi voto en la comuna, a pesar de que mi domicilio no era en esa ciudad, ¡Pero que demonios!, lo de la dirección es una mera formalidad, total “acá nosotros te buscamos una dirección para que puedas votar” (demás está decir que no me cambié).
Fueron pasando los días, las semanas, los meses y esto en vez de mejorar, solo se profundizaba: “este proyecto no hay que presentarlo, porque va a beneficiar a gente que no es de nuestro sector”, “no hagamos esto otro, porque se va a ir a meter gente de la oposición y van a generar réditos políticos” y así, suma y sigue.
Podría seguir derramando ríos de tinta con las historias que me toco vivir en ese lugar, pero quisiera rematar con la que marcó mi salida definitiva de la institución.
Un día cualquiera y luego de pasar a comprar mi cafecito al boliche de la esquina, llego a instalarme a mi oficina, cuando veo que el personal de la repartición, estaba siendo agasajado con sendas bandejas de canapecitos, galletas y otras delicateses poco habituales en el templo del trabajo.
Al preguntar qué pasaba, la siempre informada secretaria me comenta: “Es que usted no sabe nada Don Rodrigo, ayer quedó la escoba. Maléfica fue a una ceremonia de inauguración de una obra X y al parecer alguien le pasó el dato, a la persona que quiere ocupar el puesto de la jefa y bueno, esta persona se apareció en el evento, lo que generó la ira de Maléfica, quien no encontró nada mejor, que suspender la ceremonia, agarrar las bandejas con el cocktail preparado para la gente y traerse todo de vuelta, así es que ahora tenemos para comer todo el día”
«Maléfica, no encontró nada mejor, que suspender la ceremonia, agarrar las bandejas con el cocktail preparado para la gente y traerse todo de vuelta»
Cual película de mafia, esto desencadenó una serie de venganzas de parte de Maléfica, dentro de las cuales se me encomendó, cual Luca Brasi, expulsar de una actividad a una serie de mujeres que se estaban capacitando, ya que entre ellas habían “varias que son del otro lado”.
Ya no había más que hacer, salvo renunciar y bueno, eso fue lo que hice, obviamente con suerte me dijeron adiós y me fui con la misma mochila que llegué, pero en esta ocasión, en vez de estar cargada de sueños, iba cargada de pesadillas.
Pasó el tiempo, volví a mi vida en el mundo privado, seguí vinculado de cierta manera a temas públicos, esta vez desde la consultoría, lo cual me llevó a ver otra cantidad de atrocidades y abusos de funcionarios que creen que las instituciones les pertenecen. Reyezuelos que con un desparpajo de aquellos, elaboran listas negras de profesionales, para definir quiénes pueden trabajar o no en los programas, sin más filtro que el ser o no sus amigos.
«Reyezuelos que con un desparpajo de aquellos, elaboran listas negras de profesionales, para definir quiénes pueden trabajar o no en los programas, sin más filtro que el ser o no sus amigos»
En fin, muchas veces uno piensa que está todo perdido, que la vida es así y no va a cambiar, pero no, hace un tiempo tuve la oportunidad de volver a desempeñarme en labores similares, pero para otra institución y caramba como cambia la vida cuando la persona a cargo, no es que sea sujeta de canonización, pero a lo menos entiende que la labor pública es para servir a la gente y no a la inversa.
Gracias a esta persona, recuperé mi amor por lo público, por el gusto de trabajar para el bien común, hicimos cosas muy buenas por la gente, generamos buenos resultados y sobretodo, le dimos un trato digno a cada persona que cruzaba la puerta en busca de nuestro apoyo.
No quisiera alargarme más en este relato, pero me gustaría cerrar, con una frase que usaba en su slogan, un poco exitoso candidato presidencial “Se puede, claro que se puede” y lo complementaría, con un “solo es necesario tener buena voluntad y cariño por la función que se desempeña”.
Con eso, tenemos la mitad del camino avanzado…