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Intentemos recordar un momento en nuestra infancia, cuando tiernos e inocentes sólo sabíamos dos cosas, una era que todos los días, a la misma hora daban los mismos dibujos animados (en mi caso era Pokémon y Dragon Ball Z, vaya… que tiempos) y la otra cosa que sabíamos era que algún adulto iba a estar: abuelos, padres, hermanos o quién sea, pero alguien iba a estar, por si nos pasaba algo. Por ejemplo, si nos resfriábamos, alguien nos iba a decir «tomate este té, este jarabe, esta pastilla y a la cama, que mañana te sentirás mejor« y casi por arte de magia, era tal cual decía y nos sentíamos mejor, como si nada hubiese pasado, en esta etapa donde los adultos, en especial nuestros padres, son como dioses, la fe en ellos nos daba la confianza para decir inconscientemente “La verdad está contigo, yo solo te sigo”.

Tiernos e inocentes sólo sabíamos dos cosas, una era que todos los días, a la misma hora daban los mismos dibujos animados (En mi caso era Pokémon y Dragon Ball Z, vaya… Que tiempos)

Posterior a esto, sigue la adolescencia, una etapa que se puede expresar tal como Nietzsche la describe con una de sus más célebres frases, “Dios ha muerto” es decir, matamos a nuestros padres (En términos psicológicos claramente) porque les dejamos de dar el poder de nuestra benevolencia y los bajamos del pedestal en que estaban en nuestra infancia, sin embargo, al mismo tiempo aquí se crea la gran duda y es “¿Por qué matamos a nuestros padres?” O mejor planteada aún “¿Por qué es necesario matar a nuestros padres?” Y la respuesta no es tan novedosa, pero tiene una verdad profunda y es porque lo necesitamos para nuestro desarrollo personal, para así encontrar en un breve tiempo de nuestra existencia amor filial, dejar de vivir del pecho de nuestra madre, para entregarse al acto de cultivar nuestros propios frutos y no darle las gracias a nadie más que no sea a nosotros mismos por lo que logramos. Este bello momento de nuestra existencia está guiado por un creciente y ferviente amor por las virtudes humanas, la amistad, el amor, la lealtad, la justicia, etc. Es por esto que en la adolescencia centramos tanto nuestra atención en las amistades y en las actividades extracurriculares y por el mismo hecho nos alejamos de nuestra familia de origen, negamos el regalo de Dios (o del Dharma, o el Yo profundo, o como usted quiera llamarlo), para encontrar y labrar con nuestras propias manos los vínculos que han de acompañarnos durante la vida.

“¿Por qué es necesario matar a nuestros padres?” Y la respuesta no es tan novedosa, pero tiene una verdad profunda y es porque lo necesitamos para nuestro desarrollo personal, para así encontrar en un breve tiempo de nuestra existencia amor filial, dejar de vivir del pecho de nuestra madre para entregarse al acto de cultivar nuestros propios frutos y no darle las gracias a nadie más que no sea a nosotros mismos por lo que logramos.

Es aquí donde usted, mi muy querido lector, debe leer el título de esta publicación nuevamente. Una vez hecho, usted tiene el derecho divino de preguntarse “¿Qué cresta tiene que ver lo que ha escrito este ser humano con el título?” y la verdad es que es algo sutil, pero lindo al mismo tiempo, y es que, sin el amor inicial de nuestra familia nos sería imposible amar a nuestros amigos o a nuestras parejas o a nuestras mascotas o a quien sea, es decir, que es desde nuestras primeras figuras de adultos que nos quieren que nosotros podemos llegar a amar, sólo la figura de “dioses” todopoderosos que son nuestros padres  en la infancia nos pueden llevar a vivir la plenitud de la existencia en un vínculo.

No es menos cierto y necesario que esta etapa se termine y se transforme, es muy triste para la existencia humana (y muy egocéntrico también) creer que no hay nada más grande que nosotros, nos quita la oportunidad más importante de nuestras vidas y es la oportunidad de crecer, sí mis amigos, la individualidad puede ser buena sólo hasta el punto en que te deja ver a otro. Cuando creemos que no existe alguien o algo más grande que nosotros nos perdemos en una ceguera interna que nos hace tapar nuestra brújula en el camino de la vida.

Les digo desde el fondo de mi querido corazón que, a medida que creemos en alguien o en algo, nos lleva rápidamente, como por un túnel, hacia el crecimiento interior, si admiramos a una persona fuerte, la fuerza será nuestra bendición; si admiramos a una persona constante, la disciplina será nuestra bendición; si admiramos a una persona espiritual, la trascendencia será nuestra bendición; si admiramos a la naturaleza, el día a día será nuestra bendición; si admiramos a Dios, la fe será nuestra bendición y así sucesivamente. Nuestra capacidad de admirar nos deja con una disposición al crecimiento y hacia un desarrollo que espontáneamente en nosotros sería más complicado de llegar a lograr. Es importante recordar que también podemos admirar emociones y cosas que no son beneficiosas para nuestro desarrollo, pero no quiero centrarme en eso porque del dolor ya se ha hablado demasiado.

«Si admiramos a una persona fuerte, la fuerza será nuestra bendición; si admiramos a una persona constante, la disciplina será nuestra bendición; si admiramos a una persona espiritual, la trascendencia será nuestra bendición; si admiramos a la naturaleza, el día a día será nuestra bendición; si admiramos a Dios, la fe será nuestra bendición y así sucesivamente»

Sé que tenemos ejemplos terribles también por confiar en otros, porque nos han fallado, desilusionado, restringido, etc. Como los falsos maestros por ejemplo, sin embargo, siempre es importante saber que las cosas se pueden acabar, no estoy destinado a quedarme para siempre en un lugar, tengo mi voluntad y mi fuerza para decidir (Por eso tuvimos que matar a Dios primero, para así sentir que por un rato podemos sobrevivir sin norte) para poder volver en algún momento a mi camino de crecimiento.

Es por esto que los invito a que vuelvan a confiar en lo que está a nuestro alrededor, confiemos en nuestras mascotas qué mañana se portarán mejor, confiemos que nuestro hija o hijo tendrá un prominente futuro por sus hermosas capacidades, confiemos en el amor que nos tienen nuestro padres independiente de nuestros errores, confiemos en que nuestros seres queridos que ya no están con nosotros nos siguen regalando su bendición, y por sobre todo, sigamos confiando en nuestro corazón que es más grande que nosotros, que nos indica cuando amamos, cuando la pena llega, cuando la emoción convive y cuando la rabia se lanza, confiemos por favor.

«Siempre es importante saber que las cosas se pueden acabar, no estoy destinado a quedarme para siempre en un lugar, tengo mi voluntad y mi fuerza para decidir»

Para finalizar me gustaría tomarme este último párrafo para hablar sobre mi maestro, Claudio Naranjo Cohen, porque hablando de admiración cariñosa, él ha sido el árbol del cual me he alimentado en los días donde sentía que iba a desfallecer, un ser humano que me enseñó que admirar no me dejaba en una posición más pequeña, sino que me dejaba mejor encaminado para seguir creciendo y ayudando a los demás, él es quién me enseñó que debo seguir con valor mi intuición y amar de forma verdadera, no para buscar que me amen a mí, sino que hacerlo por mi propia voluntad, soy libre. Y de sobremanera, por ponerme en el camino de la búsqueda interior de mi propio Dios. Hoy 12 de Julio, en el 4to aniversario de tu fallecimiento, te siento más vivo que nunca maestro, aquí… en mi corazón, te admiro.

Claudio Naranjo (Fotografía Fundación Claudio Naranjo)

 

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