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Todas las noches el monstruo acechaba la habitación de la pequeña. Entrando en la oscuridad a través de la ventana, se instalaba debajo de su cama, esperando que el reloj avanzara hasta que en sus agujas se marcaran las tres de la mañana, la hora exacta en la que acariciaba su pierna, causándole un escalofrío que la despertaba cada vez. Asustada, la niña corría con sus pequeñas piernas a la habitación de sus padres, los cuales, ya un poco hartos del espectáculo de cada noche, abrían sus cobijas para que su hijita se acurrucara en sus brazos y, junto a una breve melodía, volviera a recuperar el sueño.

A la mañana, se encontraba en la cama de sus padres, desolada, pues ellos comenzaban a trabajar temprano, por lo que casi nunca los veía. Ella no entendía por qué los viajes, las cenas y quedarse en el trabajo hasta tarde eran más importantes que ella; su joven corazón solo anhelaba estar con su familia, pero por más que quisiera, no podía.

«Ella no entendía por qué los viajes, las cenas y quedarse en el trabajo hasta tarde eran más importantes que ella; su joven corazón solo anhelaba estar con su familia»

Cuando por la mañana finalmente llegaba la hora de levantarse del grande y cómodo colchón, ella comenzaba su día como alguien mayor que debe encargarse de sí misma. Primero, encendía la cocina que había aprendido a usar aquella vez que acompañó a su madre a la casa de otra mujer importante, y ella, por lo aburrido del ambiente, se quedó en la cocina con la chef del hogar que le preparó un poco de comida especial, solo para ella.

Desde entonces, la niña se encargaba de hacer su propio desayuno, preparándolo con mucho entusiasmo, para luego, con cuidado, alistar un almuerzo rápido y fácil que vio en internet para ir a la escuela. Adoraba ir a la escuela; allí no se sentía tan sola. A pesar de que la mayor parte del tiempo lo pasaba estudiando, le gustaba que podía jugar por horas con los pocos amigos que tenía, al menos hasta que llegaba la hora de volver a casa.

Al entrar por la puerta, un silencio nuevamente la inundaba. Descargaba su mochila y, en la inmensa mesa de comedor, se sentaba en el centro rodeada de papeles, libros y cuadernos para hacer sus deberes. Al terminar, se preocupaba de dejar todo perfecto para cuando papá y mamá llegaran a casa una vez más, cuando ella ya estuviera durmiendo.

Así era costumbre pasar sus semanas. Los fines de semana el panorama tampoco cambiaba. La única pequeña diferencia era que, a veces, su abuela llegaba a verla un par de horas. Pero no hacía gran diferencia si aquella mujer, casi desconocida a sus ojos, tan solo llegaba a dormir en el sillón y a ver un poco de televisión.

Los días se repetían, y las noches siempre eran las mismas. Incluso si a veces batallaba por no dormirse esperando la llegada de sus padres, sus párpados siempre la vencían, sumiéndose en un profundo sueño a la espera de su ya viejo amigo el monstruo, que sin falta llegó cada noche por años, acariciando su pierna, despertándola y provocando que muy asustada corriera a la cama de sus padres, como siempre.

«A la espera de su ya viejo amigo el monstruo, que sin falta llegó cada noche por años, acariciando su pierna, despertándola y provocando que muy asustada corriera a la cama de sus padres»

El tiempo pasó, y a pesar de que la niña dejó de ser una pequeña infante, el monstruo no dejó de visitarla. En una ocasión intentó dejar de hacerlo por unos días, días en los que ella despertó esperando algo, anhelando sentir ese pequeño susto que le permitía pasar unas horas abrazada a sus padres, ese pequeño susto para poder disfrutar un momento de amor en el que pudiera sentirse menos sola. Pero no llegó.

Su amigo monstruo la había abandonado, o quizá nunca fue real y era una pequeña fantasía como aquellas historias falsas que les cuentan a los niños pequeños. Y cuando la niña notó eso, ella misma hizo que el monstruo volviera. No importaba que él no quisiera estar con ella, o que no existiera. Porque en el fondo sabía que despertar a las tres de la mañana era la única manera que tenía de sentir cerca a sus padres, y si lo único que faltaba era fingir unas cuantas lágrimas, lo haría sin falta si eso significaba sentir sus brazos de confort alrededor de ella.

Revista Para Conversar

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