Hace unos días apareció una sorprendente noticia, esta mencionaba cómo unos pequeños implantes colocados en el cráneo serían un “novedoso” método para tratar la depresión, estas estimulan, con pequeñas cantidades de corrientes, ciertas áreas del cerebro que parecen estar “dormidas” en la gente con cuadros depresivos de difícil tratamiento. Con lo cual en unas pocas semanas estarías técnicamente curado de esta enfermedad sin hacer ningún proceso más que ir a tu médico para que te abra cortésmente la cabeza e inserte este pequeño dispositivo, algo bastante parecido cuando instalamos la tarjeta SIM a nuestro celular.
Con este gran acontecimiento para la psiquiatría y la salud mental en general, es imposible no acordarme de Zygmunt Bauman cuando hablaba de la modernidad líquida, porque a estas alturas del desarrollo humano ni la pena es algo que podamos llegar a palpar o por lo menos, hacer el esfuerzo de tratar de entender cuál es su sagrada función. Y sí, digo función porque la pena la tiene, y es tan vital como el aire que respiramos o el agua que bebemos, solo que en este modelo de vida tiene mala fama.
Es curioso pensar que en la vorágine de nuestra vida todos hayamos tenido que convivir con ella en algún momento y que nunca nos hayamos preguntado si es que esta tiene sentido, es extraño porque seguimos vivos, seguimos creciendo, seguimos intentando hacer lo que creemos que es correcto y no hay un solo ser humano que no la haya sentido y es más, que al mismo tiempo sean experiencias con mas tristeza las que dejan huellas más profundas en nuestra vida y que, tristemente (¡que paradójico!), sólo se nos haya enseñado a huir de ella. Es por esto que les propongo una pregunta: La pena ¿tiene sentido?
Desde que nacemos se nos educa de un modo en que sólo la meta es lo importante y nunca los procesos que nos llevan a esta, en especial, se nos educa que la alegría es una meta mas no una emoción que puede estar mas o menos presente en nuestra vida y lo mas complejo aún, es que se nos enseña, por sobre todo, que la pena es algo que debe salir de nuestro mapa de referencias internas y si es que tu la vives, debes rápidamente asistir a un especialista que te entregue la fórmula exacta para salir de ahí y ¿saben qué? ¡Esta nunca se irá! Nos acompañará por el resto de nuestra vida y si no aprendemos a convivir con ella estamos fritos. Nunca nos enseñaron que la pena es una alarma, que la tristeza es un modo que tiene nuestra psique de avisarnos que, en simples palabras, lo que estamos vivenciando es un lugar en que no queremos estar. Es fácil entender esta premisa cuando observamos nuestra propia vida. La pena que nos genera estar con alguien que ya no amamos, o la angustia que sentimos cuando nuestro trabajo ya no nos satisface o cuando ya no está alguien querido. La pena nos invita literalmente a renovar la mirada de lo que rodea y nos impulsa a tomar las decisiones mas importantes en nuestra vida, y nos invita al acto mas importante de nuestro desarrollo humano, a crecer.
Se nos enseña, por sobre todo, que la pena es algo que debe salir de nuestro mapa de referencias internas y si es que tú la vives, debes rápidamente asistir a un especialista que te entregue la fórmula exacta para salir de ahí y ¿saben qué? ¡Esta nunca se irá!
Es por esto que Claudio Naranjo (célebre psiquiatra y buscador espiritual chileno) dice al referirse a la muerte de su hijo: “Él (su hijo) me dio el regalo de partirme el corazón.” “Después de llorarlo por meses me di cuenta que después de su muerte no quería hacer nada que no tuviese sentido… y para mí, sólo tendría sentido su muerte si es que yo nazco”. Estas profundas palabras nos llevan a una necesaria reflexión y es que la pena es una función necesaria en la existencia humana y que convivir con ella nos vuelve seres más completos, con mayor noción de los otros y mas sensible a las vivencias. Sin la pena, nada sagrado tenemos adentro, y lo “peor” de todo es que siempre se nos va a presentar. Aunque tengamos una buena salud y una vida asegura por 100 años, igual debemos ver morir a nuestros padres como mínimo, ese es el curso natural, esto nos llenará de pena y tendremos que a aprender a hacer algo con ella.
La pena es una función necesaria en la existencia humana y que convivir con ella nos vuelve seres más completos, con mayor noción de los otros y mas sensible a las vivencias.
Se nos ha enseñado a evitar esta emoción compulsivamente, desde la mercadotecnia a las relaciones humanos nos llevan a correr cada vez que nos acercamos a esta emoción sin pensar en lo aberrante que es alejarnos de algo que es inherente a nuestra existencia, esta verdad es sólo equivalente al crimen de dejar sin sus manos a un escultor, a un pintor sin sus tintas o cantante sin su voz.
En una falsa conclusión, porque queda mucho por decir, es que si el cristianismo ha querido exorcizar al diablo de nuestra vida, la psiquiatría y la psicología moderna han querido hacer lo mismo con la pena de nuestras vida, sólo se nos olvida una cosa y es que al igual que el diablo es hijo de Dios, tal cosa como la alegría no puede existir sin la pena como gran escenografía de fondo.