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Hablar de tus miedos, no es fácil, te hace sentir expuesto, vulnerable, tal vez temeroso de que alguien ocupe esa información que entregas y la utilice en tu contra, no lo sé, opciones hay varias, pero declararlos también tiene su lado amable, el conversar de estos, te libera, te permite trabajarlos, aprender de ellos y eventualmente ir resolviéndolos con el tiempo.

La Cinofobia es el miedo irracional a los perros, del cual padece una parte no menor de la población, por muy diversos motivos, pero la verdad este no es un artículo científico, si no más bien un relato desde las experiencias de vida, de su querido y a veces amable, columnista.

«La Cinofobia es el miedo irracional a los perros, del cual padece una parte no menor de la población, por muy diversos motivos»

Por allá en el año 1985, yo era un tierno querubín que iniciaba su vida escolar, cursando el Kinder Garden en el nunca bien ponderado Liceo San Francisco, fue en esta noble institución ubicada a una cuadra de distancia de mi casa, que conocí a mi fiel camarada de armas, Romilio, con quién no solo compartíamos curso y semana de cumpleaños, si no que además este muchacho, también vivía a una cuadra del colegio, aunque por el otro lado de la misma cuadra.

Como el camino al templo del saber, era bastante corto, mis padres solo me fueron a dejar los primeros meses de clases y luego me iba solo, cual hombre increíble, caminando al colegio, por lo que el camino de vuelta, a veces los hacíamos con mi camarada, por su lado de la cuadra.

En ese breve trayecto, no solo había una panadería, una tienda de confites, si no que también una distribuidora de bebidas y licores, administrada por un Señor Apodado Tiroloco, debido a una notoria cicatriz en su cara, producto de una bala, la cual según la leyenda urbana, llegó ahí producto de un intento de suicido que claramente no llegó a puerto.  

El boliche estaba custodiado por un juguetón Pastor Alemán, de nombre Kayser, el cual tenía como parte de sus entretenciones diarias, tomar las tapas de bebidas o cervezas que le lanzaba Don Tiroloco y devolvérselas.

El camino a casa con mi cumpa, siempre estaba acompañada de una alegre conversación sobre algún dibujo animado de moda, sin embargo en algún momento, al Señor de la Cicatriz, se le ocurrió que sería una excelente idea, lanzar estas tapas de bebida, cerca de nosotros, para que el perro se nos abalanzara en búsqueda de ella y créame usted amable lector, que si ahora de adulto soy bajo de estatura, a los 5 años, no estaba para intimidar a un Pastor Alemán, por lo que el susto que me daba cada vez que ese perro corría hacia nosotros, solo fue creciendo con el tiempo.

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El boliche estaba custodiado por un juguetón Pastor Alemán, de nombre Kayser

Pasaron los años, en lo personal nunca tuve una mascota, por lo que nunca logré acostumbrarme a la presencia de animales en mi entorno, menos aún de perros, que tan pronto me veían, empezaban a ladrarme y generaban en mi, un rechazo de la puta madre.

La vida siguió su curso, termine la educación básica, media y superior, me titulé de Publicista y por esas misteriosas vueltas de la vida, terminé trabajando para programas sociales de emprendimiento, financiados por el FOSIS, o FOXIS como le dicen algunas personas.

En ese marco nos tocaba hacer visitas en terreno a personas en condición de vulnerabilidad, que vivían en lugares habitualmente remotos, de difícil acceso o simplemente tomas, fue en una de esas salidas a terreno, que me tocó visitar a la “Señora Juanita” que vivía en un sector donde el asfalto aún no se conocía y donde la numeración de las casas era ante todo “abstracta”, por lo que para dar con la ubicación de la casa, había que consultar con los vecinos, por lo que lo primero que hago, es preguntar a una amable señora que estaba asomada por una ventana, le dije si conocía a la “Señora Juanita” a lo cual me contesta que si, que es al final del camino de tierra, pero que tal vez no sea una buena idea que vaya a visitarla, porque si iba “me podían comer los perros”. Comprenderá usted amable lector, que un escalofrío recorrió mi espalda, pero como uno tiene la mala costumbre de comer y para comer tiene que trabajar, me di valor a mi mismo, agarré unas piedras e inicié mi peregrinaje a la casa de la “Señora Juanita”. No había recorrido demasiado trecho, cuando de la nada aparecen tres perros, de respetable tamaño, ladrándome a todo pulmón, con unas ganas locas de darse un festín con mi robusto cuerpo.

«No había recorrido demasiado trecho, cuando de la nada aparecen tres perros, de respetable tamaño, ladrándome a todo pulmón, con unas ganas locas de darse un festín con mi robusto cuerpo»

Resignado a mi suerte, me amarré una venda a los ojos, encendí un cigarrillo y me preparé para para mi inexorable final, sin embargo, cuando todo estaba perdido, escucho un grito de guerra similar al que lanzaban los comanches en las películas del lejano oeste, temblando abro un ojo y veo correr a un niño de no más de 8 años, quién provisto de un palo, salió correteando a los perros a grito pelado, mi emoción se desbordó cuando detrás de ese niño, comanche, aparece una niña aún más pequeña, que se sumó sin miedo a la batalla, con la noble misión de salvar de las fauces de las bestias, al en ese entonces aún joven y apuesto columnista. 

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«Cuando todo estaba perdido, escucho un grito de guerra similar al que lanzaban los comanches en las películas del lejano oeste»

Con mis piernas aún temblorosas, doy las gracias a los pequeños comanches, por haberme salvado la vida, a lo que ellos responden que no hay problema, que si ando buscando a alguien en especial, yo les contesto que si, que ando en búsqueda de la “Señora Juanita” que me habían señalado vivía al final de esa calle. Entusiasmados mis ángeles de la guarda, me dicen que conocen a la “Señora Juanita” y que me pueden acompañar a su casa, para que “no me coman los perros”, así es que emprendimos el rumbo juntos, conversando de la vida, mientras la niña me decía admirada  “que lindo su trabajo, caballero, anda con tantos papeles”  y yo en mi interior solo me decía, “no me pagan lo suficiente para pasar por estas cosas”.

Finalmente, llegamos a la casa de la famosa “Señora Juanita”, la cual al parecer había olvidado completamente que se le iba a ir a visitar y simplemente no estaba. Con una alegría equivalente a Felo, comentando las pifias en uno de sus shows, me retiré escoltado por los niños, que me fueron a dejar al paradero para que no me pasara nada.

Varios años más tarde, en una de las tantas conversaciones que tuve con mi terapeuta, le conté esta misma historia y como recordaba con cariño, el momento en que esos dos héroes anónimos me habían salvado la vida y él me preguntó ¿Por qué crees que esos niños no le tenían miedo a esos perros y tú si? La respuesta no vino a mi de manera automática, fue luego de un par de intercambios en que caí en cuenta, de que esos niños, toda su vida se habían desarrollado en ese ambiente, en un entorno en que los perros son parte del paisaje, por lo tanto se conocen, se reconocen y conviven, no son algo desconocido, es lo desconocido a lo que le tememos, a lo que no estamos acostumbrados, es eso lo que nos genera temor e inseguridad.

¿Por qué crees que esos niños no le tenían miedo a esos perros y tú si?

Un tiempo después mi hija adoptó una perrita quiltro, de tamaño respetable, que lleva por nombre “Bella”, la cual se hace acompañar habitualmente por una serie de secuaces del mismo calibre. Poco a poco me fui acercando a ella, primero con cierta desconfianza, luego con más tranquilidad, hasta ahora que jugamos siempre con ella y con su nutrida tropa de fieles camaradas.

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Ahora juego siempre con ella y con su nutrida tropa de fieles camaradas

Casi 40 años tuvieron que pasar para que me diera cuenta que el problema no era que los perros eran seres malignos que tenían un plan siniestro para asesinarme, sino que simplemente estos percibían mi temor y por eso me ladraban, una vez que me acostumbré a pasar tiempo con ellos, este miedo se terminó y los ladridos cesaron.

Tal vez la clave para superar los miedos simplemente sea enfrentarlos, no lo sé, por lo menos en este caso puntual, a mi me resultó…

PD: Aún me da un micro infarto cuando siento que un perro me ladra de improviso, pero creo que eso es normal.

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