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«No, esto no es ningún ruego.

La superación trae recuerdo y este, a su vez, desdén.

Podría haberte dejado de pensar, pero no quería olvidar que una vez amé.

Te supero sin ganas y sin llanto, y no porque no quiera… es que no puedo.

Porque siempre pesa lo bueno cuando existe una luz de ilusión,

esa que dejé morir en este instante, antes de que siga ilusionando al corazón

y por negación quiera dejar de latir.

 

 

Hice verdad en mi consciente lo que aprendí

en esa repetición que siguió conmigo y no quise que muriera.

Me habría quedado con esa ilusión que quise perpetuar en la vida,

habría hecho más si mi amor propio no se hubiese interpuesto,

me habría quedado si hubiese visto el cuerpo en sombra y no sin vida,

habría seguido siendo el sueño que querías y convencido a tu porfía,

que el amor se construye y la moral se agota.

 

 

Si fuiste corazón, aprendí a escribir dulce amargo

y copié lastimada adornando tu tristeza,

que transforma en rutina cada lágrima de amor.

Y el corazón siente tanto y muere cada día recordando su ilusión.

Corazón doliente, enjuiciado y despreciado,

ha deshecho un gran amor.

 

 

Deambulé en la oscuridad, que me hizo dejar incluso la muerte de lado.

El dolor que traía a cuestas fue el que me hizo seguir sintiendo viva.

Recorrí la oscuridad mientras pequeñas luces me mostraron chispazos de amor.

La memoria duele cuando buscamos consuelo en ella.

 

 

Sentí como nunca,

preguntándome cuándo el dolor se haría más pequeño,

creyendo que el vacío que quedó en algún momento se llenaría…

Me equivoqué.

 

 

Y aunque regresa de vez en cuando la sonrisa a mi rostro,

la memoria se encarga de callarme la risa.

Necesito creerle a la alegría para seguir en esta disputa con la muerte,

esa que me hace seguir por porfía.

 

 

El dolor también es energía, siempre lo olvidamos

y aunque triste, sirve; se transformará, supongo,

en algún momento, cuando le quite mente

y siga escribiendo sin forma y sin color.

 

 

La aceptación es la antesala a la renuncia

y esta, a su vez, de la liberación,

dolor que une esas tres palabras.

Los actos son respuestas a lo que callas

y el silencio, el olvido de tu sentir.

Aceptar, ¡una gran palabra para mejorar!

Y recordar que no somos permanentes.

 

 

Espero que el ‘nunca digas nunca’ se transforme en agua que no beberé

y el amor se convierta en libertad sin lágrimas.»

 

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