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Una reflexión en torno al arte y el feminismo.

“Sin tetas no hay paraíso” era el título de una serie de televisión colombiana que contaba de la necesidad de algunas mujeres que, a costa de implantes mamarios, se abrían paso en el mundo del modelaje o la prostitución para llegar a ser las preferidas de narcos y traficantes, y optar así a un mundo de lujos y dinero, y poder.

Pero si le damos una lectura biológica a este título podremos inferir que para el desarrollo de la vida humana también es válido decir que sin tetas no hay paraíso. Y es que nuestra primera fuente alimentaria es la leche materna que proviene de una teta. Ese es el verdadero paraíso que alimenta a hombres y mujeres, y a todo mamífero, en sus primeros años de vida. La lactancia materna es el néctar y la miel de la “edad dorada” de cada uno de nosotros. Aunque no siempre fue así. Si consideramos el paraíso bíblico, la gran fuente alimenticia de la primera pareja, Adán y Eva, no fue la lactancia materna, pues no existía una madre. O tal vez sí. Para muchas religiones esa madre, o madre y padre a la vez, es Dios, el creador. Sin embargo, el paraíso idílico estaba allí para alimentar con los mejores y más exquisitos frutos del bosque y de la tierra a esa primera humanidad. Hasta que vino la expulsión del paraíso…

La lactancia materna es el néctar y la miel de la “edad dorada” de cada uno de nosotros. Aunque no siempre fue así. Si consideramos el paraíso bíblico, la gran fuente alimenticia de la primera pareja, Adán y Eva, no fue la lactancia materna, pues no existía una madre.

Luego llegaron los hijos, y la mano proveedora y generosa de Dios que alimentaba sin límites pasó a ser carga de la mujer. Amamantando a los hijos e hijas, fue entonces que la madre se convirtió en la principal fuente alimentaria, y las tetas llegaron a ser al paraíso de la nueva humanidad.

Pero volvamos a nuestro paraíso terrenal y al feminismo, a las marchas y protestas. Mucho ha dado que hablar las performances de manifestantes desnudas o parcialmente desnudas, exhibiendo sus cuerpos como mensaje directo de reprobación a la sociedad y cultura machista de nuestro país. Hay para quienes esto ha sido una provocación, una afrenta a la moral y a las buenas costumbres. Frente a ello han saltado comentarios y testimonios que evidencian la tremenda contradicción entre quienes se ofenden por ver a muchachas con las tetas al aire, pero que se deleitan con los concursos de belleza o la publicidad que hace fetiche y anzuelo del cuerpo femenino.

Sin embargo, quien llegó al punto de “rallar la papa”, para muchos, fue el historiador y ex candidato Alfredo Jocelyn-Holt. Respecto a la imagen de una joven encaramada en la estatua de Juan Pablo II se descargó esta batería de tweets:

“Las francesas tenían, para la revolución francesa, pechugas más protuberantes, o al menos así lo pensó Delacroix. La calidad de la revolución se mide x el tamaño de los senos de sus musas. Si son turgentes, tanto mejor. Me temo q’Chile deberá esperar”

“Si vas a mostrar tus senos, apróntate para comparaciones odiosas…”

“Esa niñita no está ni para mascarón de proa… Lo siento… La puedes mirar x todos los ángulos y no hay x dónde.”

No es el propósito de estas líneas analizar o criticar los dichos de Jocelyn-Holt. Pero sí considerar sus observaciones para reflexionar sobre un punto que el autor de estas frases tal vez ni siquiera pensó o imaginó. Me refiero a la relación y la función del arte como comunicador de formas de representación de la sociedad y de conflictos sociales.

Jocelyn-Holt hace referencia a Delacroix. Eugène Delacroix fue un destacado pintor francés (1798-1863). Su madre provenía de una familia de artesanos y su padre fue político. Tras el fallecimiento del padre, en 1806, la familia se traslada a París e inmediatamente Delacroix comienza sus estudios artísticos. Como pintor, desde sus primeros momentos se caracterizó por romper con las normas de la academia. Una de sus obras más destacadas y conocidas, y a la que hace referencia Jocelyn-Holt, es La Libertad guiando al pueblo. Esta pintura representa a una mujer que porta la bandera de la república mientras dirige a una muchedumbre. La obra describe un momento particular de la Revolución de París de 1830. Por cierto, la mujer en primer plano y con su torso desnudo, exhibiendo sus senos “turgentes”, al decir de Jocelyn-Holt.

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El análisis iconográfico abunda y redunda en muchos textos de arte e historia del arte. El análisis iconológico es lo que ahora importa, es decir, ¿qué quiere decir lo que está representado en la obra teniendo en cuenta el contexto histórico y social del artista? Obviamente es un tema que abraca un gran espectro de interpretaciones y todas pueden alcanzar un alto grado de profundidad. Sin embargo, lo relevante a la hora de relacionar el movimiento feminista en Chile y la representación icónica de la joven a torso descubierto en el monumento a Juan Pablo II con la obra de Delacroix, es precisamente los senos.

Algo nos está indicando que en la demostración de fuerza que se deduce, ya sea de la obra pictórica o de la acción concreta de la marcha feminista en Santiago, está representado un poder femenino que carga con una responsabilidad histórica de la mujer como conductora de su prole o de la sociedad; pero también está representando la cualidad femenina como dadora de vida. El seno, o los senos, de cara al frente a la batalla, a la adversidad, a la opresión, protege a la multitud amparada en la mujer y derrama su leche y miel sobre los cuerpos de los caídos en la batalla.

Este tipo de manifestación artística que usa la imagen de la mujer y el torso desnudo de ella también está presente en la representación de otro hecho histórico en Chile, quizá diametralmente opuesto al significado de la lucha y movimiento feminista. Me refiero a La Defensa, de Rodin. Esta obra es una escultura que actualmente luce en los jardines del Palacio Carrasco de Viña del Mar. Fue encargada por el gobierno de Chile para un concurso de esculturas que rindieran tributo a Arturo Prat. Lo que se exhibe actualmente es la maqueta enviada por Aguste Rodin que finalmente no fue seleccionada. La obra en bronce fundido representa al héroe desnudo, conducido por una figura femenina, alada, también desnuda, que lo lleva a la morada de los dioses y los héroes, siguiendo una representación característica de los personajes de la mitología griega.

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Al igual en Delacroix, es la imagen femenina la que representa todo el peso del relato. El héroe, ya desprovisto de su vida terrenal, es transportado y protegido por la mujer. Aunque los dos personajes se representan desnudos, sólo un seno de la mujer es lo que queda evidentemente visible al espectador. La trastienda de esta historia dice que para las autoridades de la época debe haber sido una afrenta ver al héroe desnudo y con el seno de una mujer casi sobre su rostro, como si estuviera bebiendo de ella.

Queda claro que el desnudo en el arte provoca, enfrenta e incomoda, aunque la carga de representaciones simbólicas sea enaltecida por los más profundos valores humanos. Pero a diferencia de estas representaciones artísticas, la imagen de la mujer sobre la estatua de J.P. II en la protesta feminista, va más allá de las opiniones de la aprobación o el rechazo, de la naturalidad o el decoro. Lo que las mujeres en Chile están diciendo hoy al país, a la sociedad, a los hombres y a las demás mujeres, tal vez casi sin darse cuenta, es que no necesitan del arte como mediador en el mensaje. Si en el pasado la pintura o la escultura representaron significados o símbolos de lucha y demandas sociales, en el presente, en nuestro aquí y ahora, es el propio cuerpo de la mujer el que se convierte en mensaje. En sus torsos o espaldas desnudas está escrito “no más femicidios”, “no más discriminación”, “fin a la sociedad patriarcal”, pues es en sus cuerpos donde se ha escrito una larga historia de dolor y sufrimiento y desde sus cuerpos se levanta la lucha, ya no de mujeres por otras mujeres, sino por una sociedad de hombres y mujeres donde impere el respeto y la igualdad de derechos, la convivencia armónica entre los seres, y donde podamos recuperar, al menos metafóricamente, el espíritu bucólico del paraíso de la edad dorada.

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