En el extraño tiempo presente
El extraño tiempo presente es un tiempo de quijotes, o para quijotes. O produce quijotes, que no son más que un pequeño grupo de desadaptados de este presente, que luchan por sobrevivir con armas antiguas y por caminos ya recorridos y descubiertos desde hace mucho tiempo, pero hoy olvidados y ocultos bajo una maraña de malezas y escombros que ha dejado la construcción de nuevas carreteras tecnológicas.
El tiempo presente, extraño o no para unos u otros, tiene fecha. Es el siglo XXI, retratado antes por las tiras animadas de la familia de los Supersónicos o los Tiempos Modernos de Chaplin. Es el tiempo de ahora, donde todo lo imaginado como posible es ahora posible y real. Es, más precisamente, el tiempo de hoy, pandémico y post pandémico, que vino a ser como el ensayo general para un nuevo orden.
En este presente 2020 en adelante se han estado completando y concretando, con carácter oficial e institucional, todos los nuevos hábitos y prácticas sociales que ya se venían anunciando desde unas cuantas décadas atrás. Por ejemplo, el ícono de la modernidad del siglo XX, el televisor y la televisión, es hoy muchas posibilidades de pantallas sin presentadores, de libre elección, a gusto de cada consumidor de imágenes; el teléfono, gran invento anterior, casi prehistórico se podría decir, es lo que hoy sabemos, un conector con múltiples dimensiones y realidades cuya última y menos importante función es comunicar telefónicamente a las personas.
En el mismo sentido, todo lo que antes requería de contacto, de tacto, de piel, todo lo que se aprendía o experimentaba escuchando al otro, oliendo al otro, entrelazado con otros, es cosa de un pasado desnaturalizado en las nuevas generaciones que desde sus propias cuevas hacen todo eso de otra manera, a la manera postpandémica.
La «virtualidad» se transformó en una palabra opuesta a la presencialidad. Esto está significando que la reunión por zoom y el contacto telemático, no solo abarca los ámbitos laborales o educacionales, sino que también las relaciones sociales, familiares y de amistad. Por esas vías el músico ya no necesita de estudio de grabación ni de otros músicos, el escritor no necesita de editor ni correctores.
Pero este extraño tiempo presente no es extraño para aquellos que han aceptado cambiar de carril. Por el contrario, les resulta lo más natural del mundo. Durante las décadas de transición entre el mundo de los Flintstones y de los Supersónicos casi ni supieron, o rápidamente olvidaron, que existió un mundo de relaciones táctiles, libros en papel, discos compactos (por no decir cassettes), que para obtener algo había que ir por ello y no esperar que ello viniera a nosotros: la pizza, la Aspirina, incluso, la droga.
Y cuando el que extraña todo eso que era normal hace unos años atrás se transforma en un extraño podríamos decir que entra en la dimensión de quijote.
El quijote del siglo XXI se refugió en el siglo XX. Durante los intra exilios de las cuarentenas volvió a leer los clásicos, a escuchar los clásicos, a cultivar el jardín, a cocinar, reparar la gotera. Por algún tiempo recuperó un pasado olvidado y quiso vivir como en ese pasado.
El quijote del siglo XXI, de tanto leer se hizo escritor. Escribió y escribió. Y cuando se levantaron las restricciones salió con su manuscrito bajo el brazo a buscar una editorial. Caminó y golpeó puertas, pero no encontró editoriales, como las de los escritores que había leído, encontró negocios, que con suerte le ofrecieron un presupuesto. Que pagara por publicar. ¡Pero cómo!, se dijo, les dijo, ¿es que no me van a ofrecer un contrato y un pago anticipado? Las cosas no son como antes, le respondió la editorial, vaya a una imprenta, aquí tiene un buen dato, y puede imprimir sus libros y vendérselos a sus amigos y familiares.
«Caminó y golpeó puertas, pero no encontró editoriales, como las de los escritores que había leído, encontró negocios, que con suerte le ofrecieron un presupuesto. Que pagara por publicar. ¡Pero cómo!, se dijo, les dijo, ¿es que no me van a ofrecer un contrato y un pago anticipado?»
El quijote, entonces, se dijo, si Pablo de Roka lo hizo, si José Donoso lo hizo, por qué yo no. De Roka, Donoso, los mexicanos Carlos Fuentes y Octavio Paz, el gran Vargas Llosa, el colombiano Arciniegas, y tantos otros releídos, algunos descubrimientos como los libros de viajes y aventuras de navegantes solitarios, libros con páginas sueltas de hojas amarillentas fueron confirmando el nuevo mundo de caballería para el nuevo quijote.
Pero a diferencia del hombre de larga y triste figura este quijote del siglo XXI descubrió algo que el de la mancha no. Se podía ir con una armadura vieja y con un cable al mismo tiempo por la vida. Se podía ir por la carretera digital y los envíos de archivos, se podía obviar los estatus institucionales, las editoriales y librerías, los fondos concursables y todo eso. Se podía publicar un par de centenas de algunos libros y cruzar los dedos que llegaran a buenas manos, a las manos claves que de repente, esto ocurre, pueden multiplicar.
Así, lo viejo se torna novedad. Lo viejo, tantas veces tildado de retrógrado, conservador, pasa a ser lo desconocido en este extraño mundo moderno, digital, virtual, ultra tecnológico y amnésico. Lo viejo, en cuanto ha sido olvidado, se vuelve revolucionario y transgresor. No reaccionario, como la monarquía o el romanticismo.
El quijote comenzó a descubrir la ceguera actual. No se puede vivir ni caminar hacia el futuro con tanto vacío. El presente lo llenó todo y vació a las personas de pasado. El pasado se convirtió en la novedad.
Por eso el quijote de hoy ha de estar en las aulas, no en las grandes academias sino con los pequeños y jóvenes. Y allí llegó. Se convirtió en el profesor latero, a la antigua, sin PowerPoint. Porque toda esta nueva educación, descubrió, ya no servía. La propia novedad la dejó obsoleta.
Quisieron algunos visionarios, hace un par de décadas, salvar a los jóvenes de una pedagogía arcaica, autoritaria, pasiva y sin cuestionamientos, cargada al disciplinamiento, una fábrica de ciudadanos en serie, y propusieron que la educación ya no partía por el profesor sino por el alumno. El alumno aprende a su ritmo, según sus intereses y habilidades. Aprende haciendo, descubriendo, educación basada en proyectos la llamaron, aula invertida dijeron otros. Con eso se pretendía acabar con el autoritarismo incuestionable del viejo profesor, con la tiranía patriarcal y heteronormada…
Pero el profesor quijote no se sentía a gusto con todo eso, tampoco conocía estás nuevas estrategias pedagógicas. No le caía en gracia esto de dar una buena nota solo por hacer un bonito afiche cuando lo que debía aprender el alumno eran las causas y consecuencias de la guerra civil de 1891 y comparar esa situación con el golpe militar de 1973 para proponer nuevas soluciones de convivencia social que procuren evitar repetir esas acciones en el futuro. Vio también, con pavor, que nada sabían los alumnos del pasado, nada les decía una fecha o un nombre escrito en bronce en la historia. Poco sabían los otros profesores, tan jóvenes como los alumnos, hijos de la misma nueva educación.
Y sin más remedio que recurrir a su propia experiencia y al recuerdo de sus viejos maestros se largó a discursear, a «contar» la historia, que por lo demás los alumnos no conocían ni estaban dispuesto a leer. En simple, comenzó a «enseñar».
Eso era lo que se había olvidado. La ecuación viene desde la época de la Grecia clásica. Educación es un proceso de enseñanza aprendizaje, donde el enseñar viene primero y el aprender es consecuencia de eso. Pero cuando los visionarios descubrieron que la escuela estaba siendo nociva para los jóvenes, o mejor dicho, las malas prácticas y los abusos de la vieja escuela y de viejos y autoritarios profesores estaban siendo nocivos para los jóvenes, en vez de corregir esas malas prácticas y abusos se les ocurrió que había que invertir la ecuación. Peor aún, erradicar el concepto de enseñar. Ahora, los alumnos van a aprender, aprender haciendo, aprender lo que les interesa, cada uno a su ritmo. Hoy los jóvenes van a la escuela a hacer actividades, es la escuela tutorial, se aprende a conectar los cables, pero no se enseña qué corre por dentro de los cables, se aprende a tocar flauta traversa pero no se enseña de ritmos, escala o armonía.
La escuela autoritaria enseñaba, y se aprendía. En la escuela moderna se aprende, pero no se enseña. La mala idea fue tomar lo malo de la vieja de escuela por el todo.
Hoy el profesor quijote ve alarmado como todo importa poco. Cuando se salta el torniquete, no como acción política de protesta sino como hábito y costumbre, ni se arrugan, creen que es su derecho. En el siglo XX también se saltaba el torniquete o no se pagaba la micro o se robaba un súper 8 del mostrador del almacén, pero esos pequeños delitos se hacían con culpa, con nerviosismo, a sabiendas que era algo malo y que podría traer consecuencias. Hoy, el delito o las malas acciones se consideran como si fuera el derecho de ejercer la propia libertad, reflejo de algo que suele llamarse anomia social.
«Hoy el profesor quijote ve alarmado como todo importa poco. Cuando se salta el torniquete, no como acción política de protesta sino como hábito y costumbre, ni se arrugan, creen que es su derecho»
Si la escuela de antes produjo ciudadanos en serie, la de ahora, desde hace un par de décadas ya, está produciendo ciudadanos, como nunca antes, individualistas. Y esto no solo atañe a la juventud actual, es un comportamiento que se observa generalizado en la sociedad actual.
Este individualismo, que muchas veces no se reconoce, confunde «el» colectivo con «lo» colectivo. El colectivo es mi colectivo, lo colectivo es el colectivo de todos. Hay más pertenencia a la micro sociedad que a la sociedad total. Son fronteras cada vez más estrechas en donde nos movemos en círculos cada vez más pequeños de iguales, generándose así una multiplicidad de bandos en pugna, una multiplicidad de «otros» a los que se les teme, se les enfrenta, se les combate. Una pelea de todos contra todos.
La nueva escuela, no sé si será causa o consecuencia de esta realidad. Pero sí sé que la nueva escuela estimula tanto los conceptos de la diferencia y la diversidad que está haciendo de cado alumno un ser autónomo y desagregado del gran colectivo social.
La vieja escuela, con sus reglas y disciplina tenía eso que hoy está ausente. Sembraba una conciencia social de pertenencia a algo más grande que mi propio mundo, mi propio colectivo. Eso era lo que se enseñaba, una especie de universalidad. Eso era lo bueno que tenía y que se fue junto con todo lo malo.
Eso pensaba el profesor quijote cuando se enfrentó a todos estos universos individuales de profesores y alumnos dedicados a aprender pero sin nadie que enseñara ni nada que enseñar. Por eso, se dio cuenta, lo viejo podría tornarse en una poderosa herramienta revolucionaria y vanguardista, porque además tenía la fuerza de la tradición, aunque la tradición no siempre vaya junto con la revolución. Se dio cuenta que todo lo olvidado podría volverse nuevo.
¿Pero había que partir de cero?, se preguntaba, por cierto que no. Esa era la virtud de la tradición al servicio de la novedad. Es que el profesor quijote había, antes, en el encierro de la pandemia, descubierto los clásicos de la literatura chilena, latinoamericana y mundial, había escrito un par de libros y publicado a la antigua, incluso había vendido unos cuantos ejemplares en la calle, cómo Donoso y De Roka. Intuía que había una continuidad cortada que era necesario restaurar.
Por más simple e ingenuo que parezca se trata de algo tan obvio y naif como rescatar lo bueno y desechar lo malo. Pero, en un escenario en que a más información y sobre información menos informadas las personas están, esta ingenuidad se va volviendo clave. No es un partir de cero, se responde el quijote del siglo XXI, es un renacimiento.
Si el quijote de Cervantes hubiera sido como el quijote del siglo XXI, habríamos leído en esas páginas no las hazañas de un caballero medieval, sino, tal vez, las de un Leonardo Da Vinci.
Para profundizar más en los temas de la vieja y la nueva educación recomiendo visitar estos links
https://www.pagina12.com.ar/4595-ni-piaget-imagino-los-desafios-de-los-chicos-contemporaneos
Rodolfo Follegati Pollman